jueves, 25 de septiembre de 2008

ELECCIONES MUNICIPALES

Ricardo Candia Cares

A esa tomadura de pelo monumental llamada elección, le llega su turno en versión municipal. Comienzan los preparativos para cumplir con el rito que guarda en su naturaleza el ADN de un sistema profundamente antidemocrático. La gente vota, pero no elige. Esta última función está a buen resguardo en las oficinas de los partidos que finalmente tienen la palabra, como quedó demostrado con el nombramiento de Marcelo Schilling para ocupar el puesto del fallecido Juan Bustos y como se demostrará cuando Renovación Nacional determine a dedo el sucesor del diputado Álvarez, y de la diputada Herrera que la pillaron llevándose para la casa fondos fiscales.
La única función trascendente, para qué estamos con cosas, reservada para las elecciones, organizadas y dispuestas así como son ahora, es la de legitimar todo lo obrado. Lo que hubo, lo que hay y lo que habrá. La pregunta que responde aquel que vota es si quiere ser comido con papas fritas o arroz graneado.
Y ahora que la cantinela parece tener agotados a gran parte de los habitantes, cuando son muchas las voces que se levantan para decir hasta cuando, el sistemita da una nueva lección de capacidad para resolver su sobrevivencia.
Se quiere instalar la falacia de que las cosas serán diferentes si los que hasta ahora han sido izquierdistas extra parlamentarios, tienen acceso por la vía de una ingeniería que da para todo, a algunos cupos municipales. ¿Qué se puede esperar de uno, dos, tres, cuatro o cinco alcaldes y decenas, incluso centenas de concejales venidos de un mundo que ha mirado el sarao por la ventana en los últimos veinte años, en un sistema político dominado por una antigua mayoría que quiere las cosas tal como están, per omnia secula?
¿Qué puede pensar la gente común, la gente de izquierda, el allendista sin partido, el pueblo llano, de la decisión de trasvasijar votos de aquí para allá con la esperanza de asegurar aunque sea una municipalidad, por la vía de votar por uno como Ravinet, sin ir más lejos? ¿Es posible pedirle a la gente decente tamaño sacrificio por una alcaldía? Que levante la mano el que es capaz de aguantar las arcadas.
¿Cómo podemos seguir creyendo que esta democracia, es decir, la posibilidad de votar cada dos años por casi los mismos apellidos, permitirá alguna vez cosas distintas a lo que hemos conocido en los últimos veinte años?
Indigna pensar que por esta vía sólo habrá gobiernos, parlamento y municipios que sean o de la Concertación o de la derecha. El resto de los habitantes parecieran no existir.
Mientras tanto se afinan los acuerdos entre el gobierno y parte de la izquierda, aumentan quienes no se inscriben, votan en blanco o nulo como forma de decir no quiero que me metan el dedo en la boca.
Y quien hará la fila, entintará su dedo y elegirá de los nombres impresos, uno de ellos, en realidad lo que estará haciendo es determinar quien se lo va a cagar no más termine el recuento de votos, con el perdón de aquellos que, aún siendo parte del modelito, han tenido conductas decentes. De haberlos, los hay.
Si la fuente de la legitimidad de la institucionalidad tal como la conocemos, que dista de ser lo democrática que nos merecemos, son las elecciones citadas puntualmente cada dos años, habrá que ponerlas en cuestión con la fuerza que da una gran cantidad de personas que no se inscribe, no asiste a las urnas o si va, sólo lo hace para no exponerse a la sanción que el Estado adopta para corregir tamaño delito, pero, o vota en blanco o anula. Y aún cuando optare por alguna de las opciones, lo hace por el mal menor, lo que con el paso de los años, se ha transformado en el mayor de los males. Porque ese ciudadano, progresista, buena onda, democrático republicano, amigo de la democracia, enemigo de los autoritarismos, defensor del medio ambiente, izquierdista desde siempre, simpatizante de las causas nobles, hasta ahora, no tiene alternativa.
Me pregunto qué pasaría si se sumaran y multiplicaran las cifras de quienes no se inscriben, votan blanco, nulo o no votan, los que en la última votación presidencial fueron 4.381.000 personas, las que podemos comparar, sólo para efectos visuales, con el total de mayores de 18 años a la misma fecha: 11.323.000 habitantes de este país.
Tomar la decisión de no votar a conciencia pura, aunque sea exponiéndose a las sanciones que la ley, otra vez la ley, reserva para los rebeldes, debiera ser un acto de dignidad. Sumar miles, cientos de miles, millones que digan no más, debe transformarse en una táctica política democrática. Levantar todas las voces posibles, desempolvando las que gritaron ayer y los que hoy callan, para no aceptar que los mismos de siempre abusen de los privilegios que les están negados a todo el resto, debe ser un camino para democratizar de verdad nuestro país.
No más. Que se elijan entre ellos. Que se vayan todos. No basta con exigir cambios mínimos. Si fue posible superar la dictadura, ¿por qué va ser imposible conquistar un país democrático? ¿Por qué no podemos exigir una constitución nacida efectivamente de la voluntad de todo Chile y no sólo de un grupo de iluminados, achanchados en sus sillones desde siempre?Corresponde generar un movimiento que tire al tacho de la basura a la actual Constitución. He ahí la madre de los males que sufren los chilenos que no son grandes empresarios, funcionarios del gobierno o dueños de multinacionales. No hay cambio que beneficie a la gente común, que no pase por un cambio constitucional.
Y cómo no usar para este propósito esa energía que con tanto entusiasmo generan esa gente buena onda que ha apostado a participar en las elecciones suponiendo, de absoluta buena fe, que el hacerlo permite una mayor visibilidad, que se ganan espacios, que aunque sean poquitos votos, se avanza en consolidar posiciones, que se avanza en organización y se reconstruye una mística que se creía perdida.
Pero los hechos, porfiados como siempre, demostrarán que las elecciones serán lo que vienen siendo: se van a repartir más o menos en las mismas proporciones las municipalidades entre quienes las han administrado desde siempre. Para el caso da lo mismo. La izquierda extra parlamentaria valorará su porcentaje, probablemente muy parecido al anterior, saludará el avance que significa ganar más o menos las mismas alcaldías y un número no muy distinto de concejales.
Luis Díaz es un eterno y esforzado candidato a concejal por Quinta Normal a quien conozco desde siempre. Fue candidato en las primeras elecciones municipales el año 1992 y su nombre en los muros de la comuna sirvió para que mi sobrino Yerko aprendiera a leer. Yerko, que ya ha votado en varias elecciones por Luis Díaz, es casado y tiene una hija. Por estos días ha vuelto a leer el nombre de Luis en las mismas murallas y me ha comentado que le está enseñando en ellas las primeras letras a Canela, su bella hija que ya se entusiasma con eso de leer y que alguna vez tendrá edad para votar.
Para entonces quizás haya algún Pacto con la Concertación que permita incluir a aquellos que por tanto tiempo han sido marginados del sistema.

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