martes, 16 de septiembre de 2008

Los sobrinos de la Concertación

Ricardo Candia Cares.
“Después el mar es duro.
Y llueve sangre”.
Pablo Neruda

Si le hacemos caso a las estadísticas, compradas por quienes necesitan mentir con respaldo científico, son cada vez más jóvenes los que caen en las redes transversales de la violencia. Una turba de muchachos asalta un mini market, un menor de edad cae asesinado por otro menor de edad, una mujer es acribillada por un marido adolescente reventado por en veneno de la droga, un imberbe escala las fortificaciones de los que lo tienen todo para sacar un pedacito, bandadas de perdedores en edad de colegio, salen a las calles y arrasan con lo que pueden, un pendejo de octavo básico apunta, aprieta el gatillo y hace fuego.

Cada once de septiembre, un par de centenares de jóvenes entregan su opinión acerca de la economía, la sociedad y la cultura mediante el expediente de destrozarlo todo, encender fogatas y tirarle piedras a lo que pase cerca de sus barricadas. Algunos, los dueños de la opinión pública y de casi todo lo demás, insisten en darle un carácter político al reventón que sigue a las expresiones de recuerdo, conmemoración o celebración que se hacen cada vez que llega la fecha del bombardeo y posterior ataque terrestre de que fue objeto La Moneda por los militares chilenos.

No se equivocan. A su manera, los habitantes de los guettos construidos en los últimos años, dicen lo que piensan mediante una forma de hacer política que no está definida en las leyes, pero que sin embargo, se mueve. Es ilustrativo que los desmanes que con mayor profusión alimentan los noticiarios con imágenes que recuerdan que el caos está a la vuelta de la esquina, sucedan precisamente en comunas que muestran los mayores índices de pobreza, drogadicción, alcoholismo, marginalidad y delincuencia. Y resulta curioso que ahora no sean los mismos de siempre los que incitan a la violencia. Que se sepa, la chusma que sale a quemar lo que encuentren a su paso no está digitada por Moscú, ni por los partidos de izquierda extraparlamentaria, aguachados a al espera de un sillón parlamentario.

Qué hace entonces que en los barrios pobres se dispare la violencia contra todo lo que huela a cosa distinta? Que la policía, los medios de comunicación y cualquier institución del estado, desde un consultorio hasta el generador de ondas ensordecedoras, se transformen en blanco de pedradas, bombazos y disparos? O es mera casualidad? Los analistas insisten en decir que los muchachos que causan el estropicio cada año, no habían nacido para cuando el golpe de estado, como si ese atraso histórico lo justificara todo. Y, desde el poder, los ministros y demás autoridades ofrecen formalizar a todo el que haya sido sorprendido en actos de barbarie. Como si esa fuera la medicina mágica que lo va a mejorar todo.

Pero, en realidad, para La Moneda y el Ministerio de Hacienda, estos inmaduros colegiales socialmente díscolos no existen. Son una especie de cosa rara que sólo aparece cuando hay actos de vandalismo después de un partido de fútbol, después del rock, o al cierre de una fiesta con mucho alcohol y drogas. Y también, para el once de septiembre.

Para los mandamases, las cifras de crecimiento responden perfectamente a lo programado y una barullo más o un muerto más entre los muchachos que andan de jarana y le meten piedra, bala o puñal a todo lo que les contradice, son cuestiones que tiene que ver con la policía en cualquiera de sus expresiones, y no con la política, la economía, la cultura, ni con el modo en que este país se viene haciendo.

Algo huele mal en Chile. Desde el punto de vista del que ordena y planifica, parientes cercanos de sus beneficiarios, todo anda perfecto y aún es posible resistir la inestabilidad mundial. Desde la mirada de los que mantienen la pax chilensis, las cosas se hacen bien, y para el que no le guste, siempre se podrán mejorar los esfuerzos de las sofisticadas máquinas de perseguir y controlar.

Dijo un general de Carabineros que muere Chile cuando un policía es baleado y luego se cayó el helicóptero que lo traía del shopping en un mall panameño.

Pero, muere el país, o por lo menos agoniza, cuando un poblador es cruzado por las balas de la policía o un adolescente perece congelado debajo de un puente o una joven madre es asesinada por su igual de joven pareja aturdido por la droga, o un niño se derrite consumido por el pegamento que aspira para engrupirse al hambre y el desamparo? Muere o agoniza Chile cuando un pendejo de doce años asalta a un ciudadano portando un arma propia de gansters o milico?

Algo está pasando más allá de los ministerios y de palacio. Calcularon mal quienes prometieron una sociedad diferente. Y ese fracaso tiene su mejor y más trágica expresión en los niños acribillados por la droga, la delincuencia, la desesperanza y las balas. Y por el odio que comienza a aflorar por todos lados cada vez que hay una lejana razón para darlo a conocer. Sea un partido de fútbol, un concierto rock, demasiado alcohol o droga, o el once de septiembre.

La Concertación, como se ha dado el trabajo de demostrar cada vez que puede, es estéril. No ha podido generar hijos que tomen su legado y lo proyecten más allá. Pero si dios no les ha dado hijos, el diablo se ha preocupado de darle sobrinos. Abran los ojos o busquen donde emigrar. Estos muchachos parece que llegaron para quedarse. Después no digan que no se lo dijimos.

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