martes, 21 de abril de 2009

La movilización en tiempos de la listeriosis

Ricardo Candia Cares
20 de abril 2009

De aquí a poco, el Paro Nacional del que tuvimos noticias la semana pasada, que no fue paro ni fue nacional, si hemos de decir las cosas según se llaman, será un recuerdo más. El gobierno de la Concertación parte del supuesto que es inevitable gobernar con un cierto nivel de movilizaciones de sectores sociales porque tiene muy claro que cuando se habla de movilización, se está diciendo marchas callejeras, suspensión del tránsito, concentraciones, lanzamiento de panfletos y gritos de consignas. Pocas cosas más inofensivas si lo vemos desde el sistemita.
Hace falta discutir qué deben ser las movilizaciones del mundo social. Que se sepa, no ha habido un funcionario del Gobierno o parlamentario que haya cambiado de opinión al ver unos cuantos miles, decenas de miles, incluso centenas de miles gritando en las calles. Les basta tener un boy scout, como en su tiempo Harboe y ahora Rosende, para poner en marcha la política represiva, cada vez más parecida a la de la dictadura. Y sería.
La movilización es mucho más que agitación. Es sobre todo una acción política permanente. Es información, discusión, articulación. También marchas, afiches y volantes. Pero por sobre todo, es una táctica política que genera un cierto nivel de inseguridad en los administradores del sistema, que amenaza sus pilares, que logra la acción colectiva, que pone en movimiento el espíritu solidario de la gente, que subvierte al populacho, que tiene propuestas y significa un avance para sus objetivos estratégicos. Y muy especialmente, que permite ganar espacios. La movilización es ante todo una acción política y la política es una cuestión de fuerzas.
La movilización, entendida como una acción política, contiene la agitación callejera, pero no limita con ésta. Cuando los trabajadores o estudiantes se han movilizado de verdad, han cruzado el límite de lo meramente reivindicativo para hacer política. El más claro ejemplo lo encontramos en las movilizaciones estudiantiles del 2006. Los actores de esas movilizaciones lograron doblar la mano de una autoridad que se complace en mostrar un puño de hierro. Los estudiantes lograron hacer política mediante la movilización porque lograron poner en riesgo la pax que necesitan los administradores para cumplir con sus propósitos. Fue una acción permanente, audaz, alegre, que permitió la articulación de diversos actores, involucró a prácticamente toda la sociedad y tuvo, en cierto momento, en jaque a la autoridad.
Otra discusión es la traición de la Concertación a esas emotivas jornadas estudiantiles y a la debilidad, cuando no complicidad, del movimiento sindical, para que finalmente se hicieran leyes en el sentido exactamente contrario a las exigencias de los estudiantes. De estas dos vertientes se nutrió el conjunto de leyes que perpetúan una educación inmoral, como la que se está instalando.
La mayor expresión de movilización debiera ser la desobediencia civil que ha sido una herramienta democrática que ha permitido cambios en las legislaciones y las constituciones cuando éstas no dan respuestas a fenómenos sociales emergentes que buscan decir su palabra.
Desobediencia a todos lo que huela a servidumbre instalada, a discurso falaz, a promesa electoral, a una mal disfrazada complicidad con el sistema, a acuerdos inmorales tras sillones codiciados. Desobedecer a los dictados del mercado, del gobierno, de los órganos del estado, de los ministros, de los capitanes y los infiltrados. Despreciar lo que huela a ministerio, a subsecretario, a acomodo, a alfombra mullida, a amnesia inducida o derechamente comprada a precio de promesa de dieta parlamentaria. Hacer política mirando hacia delante, nunca hacia atrás o hacia el lado. Ser militantes de una idea al modo de los hombres y mujeres libres.
Lo del jueves 16 no fue paro ni fue nacional. Si hemos de decir las cosas por su nombre, nadie llamó a paro nacional. Para la CUT fue una movilización. Falta que la palabra se encuentre con su significación. Que cuando digamos pan sea pan lo que nos figuramos y cuando sea dicho vino, sea vino el que bebamos. Cuando se diga paro, que no se mienta.
Para retomar el camino de la movilización de verdad, esa que es política, que tiene objetivos y una estrategia, que involucra y convoca la conciencia de centenas de miles, se necesita una huelga grande, que hasta el amor alcance, al decir de Gioconda Belli.
Desde que tenemos memoria los dirigentes de la CUT han amenazado con el Paro Nacional, pero hasta ahora, ha primado el muy humano y comprensible interés personal. Sobre todo cuando ronda en lontananza la justa parlamentaria en un río cada vez más revuelto.
Los dirigentes de la CUT, que debieran jubilar por el tiempo que llevan a la cabeza de la central, han sido aliados estratégicos para los gobiernos de la Concertación. Deberían evitarse desgastes inútiles, como la movilización de la semana pasada. Más vale que el compañero presidente de la CUT, vice presidente del mismo partido que la compañera Bachelet, converse con ella y le exponga de manera directa lo que trató de decir en un discurso que no escucha nadie.
Mientras, silencioso, un paso tras otro, anclando sus garras un poco cada vez, yendo hacia delante sin proponerse recular ni un milímetro, el sistemita se acomoda, se arrellana, prende la tele, se sirve un trago y se dispone a descansar porque sabe que el camino es largo y más vale tomárselo con calma.
No mucho más allá, escucha un murmullo de voces airadas que lejos de inquietarlo, le genera un sueño reparador.

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