martes, 16 de junio de 2009

Ladrones y la libre competencia

Ricardo Candia Cares
16 de junio 2009
Escasean los días en los que no nos enteramos de alguna gracia de los servidores públicos que han tomado como una costumbre que da derecho, eso de llevarse para su casa lo que en teoría, es de propiedad de todos los habitantes de este país, que de pura causalidad está ubicado en América Latina.
Trabajar le dicen los ladrones al robo que con todas sus variantes y especialidades, atacan a la propiedad del otro. Las cárceles chilenas, las privadas y de las otras, albergan un 98% de personas que postularon a esas celdas por la vía de tomar un poco de la sacra propiedad privada y en el intento, fueron capturados.
El robo más respetado en el mundo del hampa es el asalto a mano armada o apriete. Aquellos que dominan esta especialidad son los más nombrados porque planificar un asalto, llevarlo a cabo portando armas y estar dispuestos a enfrentar a la policía o a sus víctimas, supone un cierto grado de inteligencia y otro no menor de valor. La menos respetada manera de hacerse de la propiedad ajena, es robar en su propio ambiente, lugar de trabajo o de habitación. Son llamados domésticos quienes no respetan a sus amigos, vecinos o socios.
El robo con escalamiento se llama monra. Robar en las tiendas de ropa, hasta hace no mucho especialidad femenina, se llama mecha. Robo con sorpresa es un lanzazo. Robo con intimidación es el vulgar cogoteo o cuelga.
Lo que el preciso lenguaje de la delincuencia no es capaz de nombrar, es el trabajo que hacen sus colegas delincuentes que, carné del partido en la billetera, ocupan cargos de distinto nivel o responsabilidad en los complicados pasillos del aparto del estado. Y desde esos cargos se llevan para la casa, o para las finanzas del partido, un poquito cada vez, de parte del erario nacional.
Como corresponde a operaciones de esta naturaleza, de ser sorprendido metiendo las manos, el partido negará vinculaciones con el sujeto y el sujeto negará vinculaciones con todo el mundo.
Sin embargo, los ladrones que son atrapados llevándose para la casa aquello que pertenece a todos los chilenos, en la teoría, ya que en la práctica eso no ha sucedido, no sucede, ni sucederá nunca, viene teniendo un trato que ya se lo habría querido el Loco Pepe, el Cabro Carrera, Scarpizzo o el mítico José Miguel Neira.
Por los intrincados vericuetos de los vasos comunicantes del poder, hace falta que un delincuente puesto en un cargo de una empresa estatal, un ministerio, una subsecretaria o una repartición pública, sea sorprendido afanando la propiedad fiscal, para que comience a operar una red de silencios y complicidades que hacen difícil la labor de los jueces que, de vez en cuando, investigan.
Más aún, será necesario sólo un tiempo no más para que ladrones de alto vuelo aparezcan en otras dependencias estatales o reciclados en empresas privadas. Lo que resulte al final de los tiempos con los procesos en contra de estos delincuentes, es cosa que no se sabrá nunca.
Se viene haciendo común que personajes como estos roben con el mayor descaro lo que pertenece al estado, es decir, a todos, aunque esto último suene a poesía. Ya estamos acostumbrados a que la corrupción no sólo sea la simple coima que se les da al policía del tránsito o al inspector municipal.
La corrupción, esa cultura que pone hediondo lo que toca, facultad oficiosa de todo poder, manifiesta su infinita capacidad creativa día tras día.
Así, ya nadie se espanta por saber de detectives traficando menores de edad, decanos copiando las tareas de sus alumnos, militares cobrando coimas en compras de armas, ex ministros robando plata mediante estudios fuleros, diputados que por hacer poco o nada se regalan bonos de bencina y arriendos de casas, funcionarios de gobierno asaltando la caja chica y la otra, dineros destinados a la educación que se esfuman a medio camino, ex presidentes que ganan más o menos noventa veces lo que un perdedor con sueldo mínimo, senadores con asesorías propias de gente que trabaja, empleados fiscales empeñados a defraudar al fisco con un entusiasmo encomiable y un etcétera de miedo.
Aún no hay programas de televisión que den testimonio del seguimiento, captura y procesamiento de estos delincuentes que trabajan en condiciones que debieran ser motivo de alguna presentación al Tribunal de la Libre Competencia por sus colegas de Colina I, Colina II, la Penitenciaría y de todo aquel que sienta vulnerados los derechos que consagran la Constitución y las leyes.

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