sábado, 27 de junio de 2009

El espejo quebrado

Ricardo Candia Cares
26 de junio 2009
Cuando se quiebra un espejo, el mito dice que se avecinan siete años de mala suerte. Cuando se quebró el espejismo de la izquierda, al caerle encima un muro que dividía a Berlín y al mundo, se inauguraron muchos más para los que nunca han tenido otra suerte que la mala. En vano se hacen esfuerzos por ajustar sus astillas, sus vértices, sus puntas afiladas y recovecos de vidrio. Un afán hasta ahora estéril por volver a reproducir la idea de un mundo reflejada en su superficie pulida.
Cayó el sistema de países socialistas, evento sólo vaticinado por Fidel Castro poco antes, dejándonos una mueca infranqueable de incredulidad en quienes asistimos a ese estrépito que esfumaba el edén en versión terrenal. La fisura abisal que dejó en nuestras creencias el desplome brutal de un sistema que no dejaba pasar minuto para decir de su invulnerabilidad, aún no se difumina del todo.
Lo que por años iluminó a gran parte de la izquierda latinoamericana mediante la manualística soviética del socialismo, de un momento a otro desapareció de la faz de la tierra. Muchos de los cuadros soviéticos formados para la construcción del comunismo, pasaron a ser empresarios voraces, traficantes imaginativos y comerciantes de todo cuanto pueda tener precio.
Gran parte de lo que se conoce como la izquierda en América Latina, quedó huérfana de paternidad y ayuda. El espejo en el cual los revolucionarios llamaban a mirarse, finalmente se rompía en pedazos y cada uno de los que vieron alguna vez su imagen reflejada, se llevaron un trocito para sus casas. Chile no fue una excepción.
Desde entonces los dueños de esos pedacitos de vidrio retocados con mercurio, se miran el ombligo y otras presas preguntado quién es el más lindo. Lo que muestra ese vidrio estéril, es la realidad de su dueño. No hay otra verdad que la que emite el pedazo irregular de su espejo trozado.
Hay eternos esfuerzos por juntar esos pedacitos, que calcen para el efecto de recomponer lo que fue un gran cristal que permitía verlo todo, interpretarlo todo, decirlo todo. Tarde. Una fuerza demoledora lo pulverizó en trozos de calibres variados y son, hasta ahora, vanos los esfuerzo para reconfigurar ese rompecabezas. La dificultad para parear esos modestos vidrios reflectantes, reside en la poca voluntad de sus dueños para mostrar sus ángulos, curvas, pliegues, tamaños, formas y fragmentos.
Asistimos por estos tiempos a la caída de otra verdad indestructible. La invulnerabilidad del neoliberalismo sucumbió en la crisis del sistema financiero mundial y sólo fue posible salvar, hasta ahora, su debacle terminal, mediante la aplicación de todo lo contrario de lo que predicaba con insolencia triunfadora. El estado, ese pecado original de la izquierda, vino a rescatar a su enemigo desde las cenizas y lo repuso apuntalado por los dineros que se suponen de todos. De ser la encarnación de todos los males, el estado se ha transformado, aquí y en la quebrada del ají, en el salvador de quien lo asesinó, mutiló y enterró.
Esa maravillosa manera de sobrevivencia del capitalismo debiera servir de inspiración para nosotros, sus enemigos acérrimos. Muy cerca de aquí, en la pelea por quien tiene el pedazo más grande, una parte de la izquierda, que afirmada en la historia de heroísmo que alguna vez escribió podría decir una palabra distinta, vive mirando para lado a ver si cae algo. En esa tortícolis, ha olvidado el por qué de sus mártires y lo épico de la lucha que impulsó. El significado de la palabra mística se le volvió un misterio.
Han pasado a parecerse a lo que aborrecieron. Una especie de síndrome de Estocolmo afecta a aquellos gallos de pelea que hoy arrían sus plumajes y banderas. De tanto intentar entrar en sociedad, han aceptado un poquito de aquí y otro poco de allá, perdiendo la oportunidad de hacer respetar una voluntad que pudo cambiar la dirección del viento y de la historia.
Muchos recuerdan con nostalgia los duros años de la represión, de la clandestinidad, de la conspiración. Con todo el miedo encima, se podía palpar la humanidad que manaba de los sueños de esas mujeres y de esos hombres dispuestos para peleas que valen la pena.
Desde muy lejos se ven los destellos pequeños de esos retazos del espejo que alguna vez fue capaz de proyectar sueños en media humanidad. Que se opacaron, habrá sido por quienes se llevaron para sus casas esos desvaríos, pensando que les eran propios y no de todos y todas.
El campo está disponible, nadie es dueño de nada. Las banderas de la izquierda están en disputa.
¿Quién pone primero la oferta de sueños mayores, de utopías inalcanzables que tienen el mérito de hacer caminar? ¿Quiénes levantan sin miedo la bandera de la izquierda, la suma de los tornasoles, los pequeños brillos dispuestos para el caudal del arco iris?
¿Quien levanta más alto la palabra compañero y ofrece su pequeño trozo de luz para fundirlo y hacerlo todo de nuevo?

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