sábado, 2 de mayo de 2009

La culpa no es del chancho, sino del que le da el afrecho

Ricardo Candia Cares
30 de abril 2009
Se comienza a develar la incógnita que a muchos debe estar cruzando por la cabeza. Cómo es posible que se desencadene una epidemia que de no ser controlada a tiempo puede liquidar a buena parte de la humanidad?
Grandes empresas de producción masiva de carnes en condiciones de salubridad que el estado no se preocupa de controlar, han generado en México y en otros países, tales concentraciones de animales y de deshechos orgánicos, que no seria raro pensar que de esos caldos de cultivo se escaparan los virus que pugnan por salir a matar.
Nuevamente el capitalismo, con esa envidiable dosis de creatividad de la que hace gala, aporta a la liquidación de la especie humana ahora por medio de un virus que amenaza especialmente a los más pobres.
A la crisis financiera global, el neoliberalismo agrega ahora una nueva forma de castigar a los más desposeídos. Aunque sean todos los que respiramos los blancos potenciales del virus de la influenza, desde siempre sabemos que los que más mal la pasan son los mismos de siempre. Parece que la falta de guerras en el horizonte hace imperioso buscar sucedáneos que mantengan en alto los índices de pobres en calidad de muertos en el corto plazo.
Por la vía de reproducir de la manera más rápida animales que van a las grandes carnicerías de los países consumidores, los científicos a sueldo de las trasnacionales de la carne, apuran los procesos de reproducción y cría de cerdos, vacunos y aves a velocidades antinaturales con el exclusivo propósito de ganar y ganar y ganar mucho más dinero.
La lógica capitalista se ha adueñado de la ciencia y de algunos científicos baratos para suplantar la naturaleza y sus procesos con el exclusivo horizonte de acumular ganancias irracionales. En esos procesos industriales, la fuerza de la evolución ha hecho su trabajo aprovechando esa sopa en la que flotan una cantidad desconocida de virus, que más temprano que tarde, se acomodan a las ya escasas defensas humanas para arrasar con lo que encuentren a su paso.
Las autoridades chilenas han actuado e instalaron un termómetro en el aeropuerto. La presidenta ha dicho que están todas las medidas tomadas y que nada quedará al azar. Nos viene a decir que se ha hecho todo lo necesario para evitar que el virus mortal haga presa de nuestros conciudadanos. Como si nadie supiera en este país el estado de los consultorios, de la situación de precariedad en que se encuentran los hospitales, de la falta de mantención e insuficiente personal idóneo con que se desenvuelve un sistema de salud que cada tanto nos recuerda las promesas incumplidas de la Concertación.
Una pregunta pertinente es si existen políticas públicas que prevean estas calamidades. Si las autoridades que administran el neoliberalismo en Chile, han pensado escenarios similares en esas fábricas de carne que se propagan en el país sin que se sepa de regulaciones por parte del estado.
La listeriosis, si no familiar, por lo menos amigo íntimo del virus de la influenza porcina, y que hace rato circula con alimentos que consumen gran parte de la población de nuestro país, no sale de la nada. Aparece por las mismas condiciones no reguladas de la higiene de esas grandes empresas en donde lo único que decide es la ganancia.
Dudo que exista nivel gubernamental una política que se le cruce al gran capital para generar barreras de seguridad anticipándose a la aparición de estas calamidades. El gobierno neoliberal de México no lo hizo y, que se sepa, sus pares chilenos tampoco.
De esa manera, cada vez que las alarmas de virus letales comienzan a sonar, se ponen en alerta los expertos en discursos aplicando su genio en explicaciones que no entiende nadie, apostando a que la distancia que media entre Chile y el resto de los países en donde la influenza ya ha cobrado muchas víctimas, es tan grande, que no alcanzará hasta acá.
Mientras tanto, el ministro de Defensa, afectado por un rapto de patriótico entusiasmo, nos hace saber que el estado ha comprado otra docena y media de aviones F 16 por montos exorbitantes para un paisito como el nuestro que llora porque esos recursos sean usados en cuestiones de escala humana.
Los egipcios, para evitar que la epidemia haga su incursión en el país, ha optado por una fórmula muy simple y brutal: exterminar hasta el último de sus trescientos mil cerdos de una vez. Nosotros podríamos hacerle caso a Mubarak y tomar la misma medida en Chile.
Nos libraríamos de mucho bicharraco desagradable.

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