viernes, 3 de julio de 2009

La mesa dos dice que lo escuchó todo.

Ricardo Candia Cares
26 de junio 2009
Nos contó del camino a San Antonio de los Baños en un barco de tierra que desmembraba tuercas y pistones, dejando a su paso una fumarola más propia de un volcán que de un taxi con todas las de la ley, conducido por Lázaro, un resucitado chofer que aún mostraba en su manera de hablar la alegría de los que vuelven de la muerte.
Dijo que el pueblo en el cual nació Rodríguez le pareció un barrio de gente amable en donde perfectamente ubican al poeta ése que gana dinero y atrae a buses con turistas europeos con ganas de conocer la cuna del trovador. Nos dijo que golpeó la puerta al modo chileno, contrariando la costumbre cubana de llegar y entrar como quién está en la casa del vecino.
Dijo que una abuela con bastante manejo en cuestiones de responder preguntas al modo guajiro, les contó historias del cantor al que no ha visto nunca, pero que por razones del misterio caribe, habita la casa en la que hace mucho más de cincuenta años, nació de la peluquera Argelia y del campesino Víctor, el que ahora conocemos como Silvio Rodríguez.
Confesó que le causó un estremecimiento muy parecido a la emoción estar en donde su compañero de acordes, letras de amor y de combate, vivió hasta los cinco años de su vida, en donde hay un río y el cielo se nutre de papalotes, nubes muy blanca y satélites espías.
No hace falta un mapa de Cuba si hemos de caminarla siguiendo la senda secreta de la poesía de Silvio Rodríguez. Cualquiera que haya escuchado sus canciones podrá desentrañar esos trillos aromáticos si es capaz de observar con ojos, oídos y corazón atentos. Cualquiera que haya pasado por al tránsito misterioso del amor, sabe como llegar al corazón de la amada si sigue el consejo de sus artimañas redobladas en figuras de letras, en dibujos pintados con pinceles de palabras que ponen endeble el corazón, y generan la certeza de llegar al sístole con su diástole. Quizás no para quedarse, pero eso es de otro cantar.
Por eso nos contó que dejó abandonado en el Miramar el librito guía de calles y recovecos habaneros y de la mano de la Paula se aventuró por las calles del Vedado , Centro Habana y La Habana Vieja, para caminar respirando la humedad del Malecón, con su olor al jengibre de la historia que se asoma por los mal cuadrados adoquines de la vereda.
Confesó que la segunda impresión fue La Casa de las Américas y su Árbol de la Vida, sus artilugios mágicos que fabrican canciones y que ha recibido en su seno fraternal a las voces que en nuestra América se enfrentaron al silencio impuesto por los poderosos y la oscuridad de una historia de mentira.
Hace bien escuchar estas narraciones triviales de un periplo por La Habana. Hace bien sentir el humor cubano de las calles, el murmullo en tono alto de sus comadres y aseres, en el vaivén de su cadencia bailantina. Hace bien observar el descascarado frente de las casas carcomidas por la sal y la falta de pintura. Nutre el alma la brisa de la tarde que se viene del mar caribe, transparente, suspendido en el aire tibio del trópico. Hace bien mirar las estrellas si lo permite el aguacero.
Y suponer en las estrellas fugaces de los deseos, no más para sentirse importante, el ojo maligno del imperio que te mira.
Hace bien, no más por probar, como llega el humor sureño, a la ironía cubana que les ha servido entre otras cosas, para sobrevivir con un vecino que le niega la sal, el agua y todo lo demás.
De sobra saben que la mejor medida para la salud de sobrevivientes de todo, es tomar en serio sólo aquello que hace reír. Por eso el taxista sacó la brava ante la pregunta de humor insolente de este aprendiz de Cuba, como todos nosotros.
Dónde vive Fidel, le preguntó con una mirada socarrona que el taxista no vio. No porque estuviera atento a las condiciones del tránsito, recodemos que estamos en Cuba y eso no existe, sino por la brusca manera de estacionar el Lada pintado de taxi a un costado de la ancha calle por la que circulaban bajo la luz del cielo habanero y por girar casi todo su cuerpo hacia el asiento trasero para responder con una seriedad que no admitió respuesta: Con eso no se juega, compañero…!!!
Todas estas cosas nos contó Diego Díaz con la cara iluminada por el Caribe, por Cuba, por la música, por la poesía, por la magia de la guitarra de Silvio, la noche del jueves 25 de junio, en la mesa dos del Cuatro y Diez, cerca de las dos de la madrugada.

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