lunes, 7 de septiembre de 2009

La colusión y los estúpidos

Ricardo Candia Cares

Según la Real Academia Española, colusión significa pacto ilícito en daño a tercero. Eduardo Frei Ruiz Tagle acusa a Marco Enríquez – Ominami de colusión con Sebastián Piñera para impedir su triunfo en las próximas elecciones. La historia política chilena es la historia de colusiones en que el tercero dañado ha sido el mismo de siempre: el pueblo.

Se presenta la colusión como si ésta no fuera una práctica común entre los que mandan. Como si fuera una práctica alienígena, ajena al poder en todas sus expresiones. Hubo colusión, con un extenso daño a muchos terceros, entre los políticos que traicionaron la democracia que juraron defender no bien vieron que el populacho, ese invitado de piedra, comenzó a emparejar las cosas en esos dramáticos y no menos hermosos primeros meses de la Unidad Popular, dos palabras que parecen haber desparecido del vocabulario de los muchachos de entonces.

Aún así, estos traidores siguen apareciendo con el mismo poder de siempre como si el tiempo girara en redondo y la memoria no sirviera sino para recordar lo que debemos.

Hubo colusión entre el ex presidente Aylwin con los golpistas que bombardearon La Moneda, inaugurando un tiempo de cacería en que los únicos democratacristianos que rechazaron la matanza fueron un puñado escaso. El resto, colaboró desde el primer día en los equipos de gobierno del dictador. Muchos de ellos, haciendo uso de la amnesia inducida y de la genética, aún circulan en los bien provistos circuitos del poder, como si nada.

Colusión de la que gozan los funcionarios civiles que sostuvieron el régimen de Pinochet como sus directos colaboradores: ministro subsecretarios, directores de servicio, agentes secretos, escoltas, sicarios clandestinos, delatores que hoy son diputados, senadores, alcaldes, concejales, ministros, subsecretarios, empresarios, conductores de televisión, dirigentes gremiales a quienes esta democracia les ha venido como anillo al dedo por su dosis inesperada de amnesia.

A menos que se entienda de otro modo, toda la producción legislativa, desde que se refundó el Congreso Nacional después del paréntesis en que fue sustituido por la Junta Militar, no ha sido sino por la colusión de las dos partes que se han dividido los escaños, mediante el cómodo sistema binominal, desde la primera elección el año 1989. Durante ese tiempo, las leyes que han servido para profundizar el sistema económico que fundó la dictadura, han salido del amistoso acuerdo entre la derecha pinochetista y la concertación. Nuevamente, el pueblo el gran ausente de todo, es esta vez el tercero dañado.

La simpática fotografía de la presidenta Bachelet en compañía del golpista número uno de Chile, Agustín Edwards, no puede entenderse como un gesto de generosidad, de relación civilizada entre personalidades de este mundo tan pequeñito nuestro. Esa manera de coludirse entrega una señal bastante potente: el ayer no existe y sólo tiene sentido un presente pragmático y sin límites éticos.

Los proyectos económicos que han significado aumentar irracionalmente las fortunas de los que ya son ricos a costa de arrasar con la naturaleza y las personas, han sido maneras ilegítimas aunque legales de colusión. En el caso de la pesca, de las forestales, de la grandes mineras, de las empresas que han contaminados la tierra, los ríos y los mares, has sido posible solamente porque los empresarios han contado con la anuencia y complicidad de las autoridades políticas de gobierno que han hecho vista gorda y mediciones fraudulentas, y de los parlamentarios, a quienes de vez en cuando le financian sus campañas.

Los poderes económicos, judiciales, eclesiásticos, militares y políticos en su cruzada anti – mapuche, configuran una manera de coludirse para terminar con la resistencia de un pueblo que se niega a ser demolido.

Mientras tanto, el pueblo, ese estúpido ausente que calla, es sometido de vez en cuando a votaciones en los cuales aprueba el papel que le dan en el reparto arbitrario de esta puesta en escena. Sus opciones son: ser comido con arroz o con papas fritas.

Las farmacias y otros negocios no tienen otra culpa de copiar lo que ven. Si fueran esas empresas las únicas en coludirse para cogotear a sus clientes, este sería un país honesto. Pero pasa lo mismo en todo. Que levante la mano el dueño de una fortuna honesta. Imposible, porque no existe.

Sin embargo hay quienes no aprenden. Alumnos estúpidos que copian y copian mal, están condenados a repetir de curso por toda la eternidad. Así pasa con eso que se llama izquierda, parte de la cual ha hecho esfuerzos increíbles para coludirse con los que han sido los castigadores de los castigaos de siempre: el pueblo

El pueblo, palabra de la cual nadie se hace cargo, sigue a la espera de que alguien le recupere el sentido, que demuestre que aún vive a pesar de sus enterradores y la dote de movimiento para mostrar que las veces que ha tenido la posibilidad de decir su palabra, las cosas pueden llegar a ser distintas de lo que son, sin necesidad de arrendar el alma el cuerpo y todo lo demás.

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