lunes, 7 de septiembre de 2009

El Cisarro ataca de nuevo

Ricardo Candia Cares
El Loquín, pistola en mano, liberó al Cisarro y después se fue a tomar cerveza con unas amigas. Las aventuras de estos niños convertidos en celebridades, serán motivo de trabajos periodísticos en los que se ahondará en sus historias hasta la quinta generación. Algún cineasta advertido estará enfocando un nuevo negocio con la historia de estos ladrones de de cuarto básico.

Simultáneamente, ministros se van a reunir para buscar una solución a las peripecias que viven estos niños. Como si recién estuvieran despertando de un letargo que les impedía ver, las autoridades se dan cuenta que hay pequeños que apenas caminan y andan armados, resolviendo por cuenta propia los efectos de la mala redistribución del ingreso.

Probablemente se dispondrán de recursos para que científicos sociales de avoquen a la tarea de estudiar por qué en este oasis aparecen fenómenos como el Cisarro y sus partners.

Las acusaciones entre unos y otras dependencias del estado para ver quién tiene la culpa, terminará con lo mismo de siempre: en nada. Se van a prometer ajustes y modificaciones, equipos de trabajo interministeriales que deberán entregar un informe a al brevedad en el que consten medidas que logren terminar con la delincuencia de los niños. Mintiendo desde la a hasta la z, los funcionarios dedicados a esa noble tarea, entregarán sus opiniones proponiendo reformas, financiamientos, medidas, leyes y reglamentos.

Como muy bien saben estos expertos, nada de eso resolverá la situación de los niños que delinquen porque esta realidad es inseparable de un sistema que hace ricos a muy pocos, sobre la base de hacer muy pobres a muchos. Un sistema que ha destruido la educación pública, trasformándola en una educación para pobres, con escuelas que se caen a pedazos. Con un sistema de salud con hospitales para animales que enferman antes de entrar a sus dependencias. Con sueldos de miseria por trabajos de esclavos. Con millones de pobres viviendo en guetos peligrosos en los cuales ni la policía entra, ni las ambulancias, ni las esperanzas, pero sí la pasta base y el resentimiento.

En estos territorios, inexistentes para los dueños de todo, nacen y crecen estos niños condenados a la muerte prematura no sin antes conocer los avances de los métodos policiales, de la reforma judicial, de las cárceles concesionadas para, finalmente, llegar a los modernos cementerios que circundan la ciudad.

Estos niños sufren de pobreza endémica. Lo suyo es haber nacido perdedores en un mundo en el que nace chicharra muere cantando, en el cual los pobres, ese ejército de desempleados que necesita el sistema para mantener a raya las necesidades de la macroeconomía, debe mantenerse disponible todos los días.

Estos niños son de muchas maneras víctimas de la imitación. Basta una vuelta rauda por el dial televisivo para encontrar legiones de parásitos que hacen fortunas a la velocidad del rayo sin hacer más que mostrar sus bajezas ante los televidentes. Quieren ser como ellos

Deberán apurarse los que quieren sacar provecho del drama de estos pequeños. Las leyes infalibles del hampa se harán sentir. En ésta no es bien visto quien levante mucho polvo. La demasiada exposición de estos ladrones de kindergarten estimula a otros enanos con ganas de figurar y dispuestos a pelear quién es el más guapo.

No nos extrañemos el día en que el Cisarro amanezca cruzado por una certera estocada o liquidado con un tiro a la mala. Se habrá cerrado el círculo del cual las autoridades no tienen idea. Repartiendo bonos de miseria, preocupados por mantener buenas relaciones con los dueños del sistema, están convencidos que estos niños salen de la mala suerte y no del fracaso de un sistema que no los ve, que no les interesa.

El Cisarro, el Potito Rico, el Gorila, el Coca Cola Chico, el Miguelito, el Juanito Pistolas y el Loquín son representantes mediáticos de un fenómeno que no tiene que ver ni con el SENAME, ni con la policía, ni con las cárceles, ni con la psiquiatría. Tiene que ver con el alma que el neoliberalismo insufla en una sociedad en que todo tiene precio y casi nada valor.

Si hay un enfermo es el mundo que el sistema ha creado, es la sociedad contaminada por la especulación, el éxito constante y sonante y la ausencia de solidaridad y valores humanos. E infectada por una legión de sinvergüenzas, delincuentes creciditos, vestidos de exitosos empresarios, de severos militares o avezados políticos, muchos de los cuales dirigen por demasiado tiempo este campo de flores bordado.


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