miércoles, 16 de septiembre de 2009

Los otros hombres, dónde están?

Ricardo Candia Cares

¿Qué pensaba Salvador Allende mientras la Fuerza Aérea de Chile lo bombardeaba, el Ejército le disparaba sus tanques y el Cuerpo de Carabineros era secuestrado por un miserable traidor innombrable?

La muerte en combate de Salvador Allende legó un reguero misterioso que pervive. Las versiones de su muerte, a veces dejan de lado el hecho innegable de su consecuencia. El hombre sabe lo que hace cuando muere. Tras de sí, deja el fusil caliente que defiende La Moneda, el eco de sus tiros perdiéndose y algunas palabras disparadas con buena puntería.

Su último discurso tiene un dejo de amargura. Arrastra su voz un velo decepcionado por la traición de aquellos en los que creyó. Pero tabletea un eco de valentía fidedigna en el metal tranquilo que habla. Ordena la batalla, piensa, teme. Condena al cobarde traidor innombrable, y lo expulsa de la historia por una letrina indigna.

Ahora es el siglo XXI. El héroe ha errado. Los hombres de las grandes Alamedas brillan por su ausencia. Los sucesores del hombrón, con los músculos de la vergüenza atrofiados, perfeccionan todos los días la política implementada por la dictadura para limitar lo más que se pueda la libertad que creímos ganada una vez que la tiranía comenzó a desaparecer en lontananza. Que comenzó a ganar con sus tiros, el Chicho.

Arrebatados por la amnesia del buen pasar, han perfeccionado la normativa que limita el derecho de las personas a expresarse libremente en las calles. Conciben, financian y dirigen un sistema de vigilancia y espionaje a través de la sucesora de la temible CNI, la actual ANI. Las anchas Alamedas están sembradas de cámaras de vigilancia.

Las últimas palabras del hombre tienen un peso dramático por la conciencia pura de saber que en efecto, serán, las últimas. Que el fin ha llegado y de una manera que no imaginó: cercado, atacado por los cuatro costados, asfixiado, bombardeado. La lealtad escaseando, sólo un puñado combate con él sin la opción de rendirse, transitando al Oriente Eterno. Con el miedo necesario para tener el valor a flor de corazón

Declama lo que tiempo transformará en un prólogo ético insoslayable. De cierta manera, esas palabras quedan hermanadas con el Diario del Ché. Se parecen porque emergen una vez que la muerte ha hecho lo suyo. Y porque esas letras y palabras, son hilvanadas sin una previa meditación, dichas o escritas en un tránsito que debió ser otro. Rescatadas como un corto lapso de historia, emergen como un destello trágico que nos informa de los rincones de la vida que no se pueden descubrir sin que no nos salpique la sangre y las lágrimas. Pero escritas y dichas con la caligrafía y dicción de los escasos héroes.

Con un AK colgando del hombro, la muerte rondando por ahí cerca, no habrá sido fácil improvisar un discurso. ¿Habrá tenido la oportunidad de pensar en las palabras que habría de pronunciar en una situación no prevista como la que finalmente fue, en sus alcances postreros?

El misterio de esas palabras está en lo que esconde. Tantas veces cantadas y tantas veces escuchadas, tantas emociones es capaz de descubrir. Y tanto que esconden. ¿Dónde están los otros hombres debieron superar lo gris y lo amargo? ¿A quiénes se refiere?

Por los barquinazos que ha sufrido la historia en ese lapso, es legítimo temer el extraviado de ese ideal de hombre, de esta metáfora. El hombre nuevo de la Unidad Popular, es un desaparecido más, quizás el primero y el último.

Los hombres y mujeres, que más temprano que tarde serían capaces de superar ése momento gris y amargo y su secuela de terror, dolor y muerte, no aparecen por ningún lado. El último tercio de siglo sigue siendo gris y amargo para los que no alcanzan a disfrutar de la luminosidad asombrosa y el sabor dulzón del éxito: los perdedores de siempre. Sin Alamedas al alcance de la mano.

¿Dónde estarán esos hombres y mujeres? ¿Habrán nacido ya o habrá que esperar a condiciones más propicias? ¿Pasarán por nuestro lado sin que nos demos cuenta de su existencia? ¿Se les pasó su cuarto de hora, vivieron y se extinguieron sin que nadie, ni ellos mismos, supieran del papel que se les había asignado? ¿Sucumbieron en los ministerios, el parlamento, las reparticiones públicas y en la empresa privada, ensopados por los beneficios del poder y la riqueza al alcance la mano? ¿Formarán herméticas sociedades secretas para mirarse en espejos biselados, y dormir en laureles nonatos?

Los hombres y mujeres destinados a superar el extendido gris con su correspondiente amargura casi eterna, seguirán siendo un misterio. Hasta que emerjan del rincón más impensado, con otra manera de ver, con otras interrogantes y preguntas, con otras manos y otras visiones, habrá que tomar las medidas para sobrevivir.

Llegarán acaso con sueños intactos, aún sin manosear. Con otra magia y otros balcones. Con otras armas colgando del hombro. Así sea.

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